martes, octubre 8, 2024

Amor serodiscordante: vivo con VIH y mi esposo no

Claro que es posible el amor serodiscordante. A continuación te cuento cómo es que yo vivo con VIH pero mi esposo no.

Muchos creen que el amor serodiscordante no es posible. Piensan: «Si vivo con VIH, nunca podré decírselo a mi novio, mucho menos casarme, porque transmitiré el virus a mi esposo». Pues déjame decirte que estás equivocado.

Cuando me enteré de que el VIH estaba en mi cuerpo, empecé a pensar en las cosas que cambiarían en mi vida. Una de las que más me preocupaban era cómo se modificarían a partir de entonces mis relaciones afectivas y sexuales. Además de cómo mantenerme saludable, claro está.

¿Tendría que decir que vivo con VIH siempre antes de empezar a salir con alguien? ¿Tendría que cambiar mi estatus a ‘positivo’ en apps de ligue, a pesar de que ya era indetectable? Según lo que me comentó mi doctor (y que luego verifiqué en páginas como la de la ONUSIDA y la OMS), en efecto, las personas que alcanzamos el estatus de indetectable ya no transmitimos el virus. Sí: aunque no usemos condón. Esa es la razón por la que hoy por hoy existen familias consanguíneas en las que la madre o el padre tienen VIH y los hijos se encuentran libres del virus. 

¿Qué significa ser indetectable?

¿Cómo es que vivo con VIH y mi esposo no?

Todo eso me parecía como ciencia ficción, pero leyendo e informándome más, suprimí la palabra ‘ficción’ y me di cuenta de que eso era simplemente ciencia. Y vaya que la ciencia ha avanzado a pasos agigantados. Sin embargo, a pesar de haber alcanzado el estatus de indetectable y de no transmitir el virus, sentía cierta culpa si no se los comentaba a mis parejas sexuales o posibles parejas sentimentales. Sentía que estaba traicionando su confianza y estaba mintiéndoles.

Todo lo anterior sumado al reinante estigma alrededor del VIH. Que si lo adquieres por promiscuo. Que es una especie de ‘castigo’ por una vida de libertinaje. (Sí, esa palabra que tanto aman usar los vigilantes de la moral y de las buenas conciencias). Todo eso me llevó a retardar algo que yo anhelaba: volver a enamorarme sin sentirme culpable.

Vaya vaya: no era para tanto…

La primera vez que le dije a un chico con el que tenía ganas de salir que vivo con VIH, su reacción me sorprendió por dos razones. La primera fue que me dijo: «Ya sabía. Una persona me mandó un mensaje bastante hiriente preguntándome que si yo sabía que tenías ‘el bicho’. Pero no le tomé mayor importancia. Tengo amigos que viven con VIH y sé que me ibas a contar cuando estuvieras listo».

Procedo a explicar la doble sorpresa que experimenté. La primera fue negativa. Me llenó de rabia que una tercera persona le hubiese dicho algo que era tan íntimo y tan mío, además de hacerlo con unas palabras llenas de odio y de ignorancia. 

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Pero mi segunda sorpresa —la buena— es que él se lo tomó bastante bien. El mundo no se había caído. Tiempo después formalizamos nuestra relación y esta terminó por otras razones que no tenían nada que ver con el virus. Atravesamos el mismo ‘truene’ terrible por el que pasan todas las parejas, pero al menos el VIH no estaba involucrado.

Tiempo después conocí a otro chico. Esta vez sí fui yo el que se lo dijo. Lleno de miedo e incertidumbre, pero como la primera vez, su reacción tampoco fue de rechazo. Tuvimos una relación linda y duró lo que tenía que durar. Terminamos también. Y una vez más, el VIH no tuvo nada que ver. 

La serofobia y la ignorancia, dos constantes en la población gay

Cuando el correcto llega a tu vida

Cuando conocí a Mr. Right, casi al instante lo supe. Y con esa certeza me llegó también la de la importancia de hacerle saber que vivo con VIH y que soy indetectable. Porque sabía que si eso no le importaba, entonces muy probablemente otras cosas tampoco, como mi tendencia a olvidar las llaves o mi manera empalagosa de ser. Debería quererme con todo y todo. Porque todo de él me gustaba a mí.

Repasé mentalmente cómo se lo diría, tratando de buscar el momento adecuado y las palabras correctas. Tristemente, una vez más se me adelantaron. Usando —otra vez— palabras hirientes e ignorantes, me sacaron de ese segundo clóset a empujones. Y una vez más no hubo problema. Comenzamos a tener una relación donde el VIH no solo no era un secreto, sino que era un tema en el que siempre se mostró empático y deseoso de aprender.

Después de la fase idílica del noviazgo me pidió matrimonio. Hoy somos una pareja feliz que lucha por hacer sus sueños realidad en conjunto. Nuestras familias saben de mi estatus y nunca ha habido palabras o actos discriminatorios para mi persona.

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En un amor serodiscordante, ¿cómo protejo a mi esposo y a mí?

Mi manera de cuidar a mi esposo y de cuidarme a mí mismo es nunca dejar de tomar mi tratamiento antirretroviral y hacerme chequeos constantes para saber que todo está en orden. Él incluso ha adoptado como parte de nuestro ritual cotidiano preguntarme cada noche si ya me tomé mi pastilla. 

Sé que el VIH no es más grande que nuestro amor. Y que, mientras sigamos tomándolo con responsabilidad compartida, nos espera una hermosa vejez juntos. Eso es lo que me gustaría para todas las personas que viven con VIH: que nunca limiten sus sueños de amar por algo como un virus.

Porque un virus no puede ser la razón para dejar de hacer nada. Porque todos merecemos seguir y cumplir nuestros anhelos, aun si a otros les parecen cursis o modestos. Porque un virus nunca será más grande que nuestras inmensas ganas de ser felices. 

¿Qué pasa si suspendo mis medicamentos para el VIH?

¿Tú también vives un amor serodiscordante? Cuéntanos tu experiencia en los comentarios.

Pável Gaona
Pável Gaona
Comunicólogo por formación, escritor por convicción y DJ de música kitsch por diversión. Vivo públicamente con VIH y he asumido como misión que otros también lo hagan con responsabilidad, información y sin ser discriminados. Apasionado defensor de las identidades trans.

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