Para muchos, salir de antro era un desestrés necesario en nuestras vidas, pero con la cuarentena en marcha apenas sobrevivimos sin ellos.
Sobrevivimos la cuarentena como podemos, pero sin salir de antro las cosas se han puesto rudas.
Puede parecer trivial para muchos, pero la pandemia por la COVID-19 ha transformado en definitiva la forma en la que socializamos. No hay más citas al cine o caminatas en el parque. Ahora todo lo que tenemos lo vemos a través de una diminuta pantalla que nos conecta, como si fuéramos náufragos, a una isla en la que se nos está prohibido desembarcar.
Nunca fui un party monster, pero las reuniones sociales me llenaban de vida. Convivir con más personas era el remedio perfecto para que todas mis preocupaciones desaparecieran por algunas horas. ¿Pero cómo sobrevivimos ahora que las fiestas masivas son una negativa inamovible?
El último antro del mundo
Jueves y domingo eran mis días predilectos. No había tanta gente como los viernes o sábados y los asistentes eran rebeldes puros que no le temían a las horrendas convenciones de los días laborales.
Mi mejor amigo y yo comenzábamos el ritual con algunas cervezas, mientras abarrotábamos su vestidor de opciones coloridas y vanguardistas para impactar la pista de baile en nuestra noche de antro. En ese santuario, el rosa era usado con convicción y las acartonadas convenciones de género no podían siquiera rozarnos.
Ya bajo las luces de neón, la música nos ordenaba perrear del cielo hasta el suelo, dando cada tanto un trago victorioso a una helada sorpresa. Sonaba la “Tusa” y gritábamos frenéticos, como si el mundo no hubiera sabido jamás de esa tonada. Las miradas de seducción se colaban entre el bullicio y, entre baile y baile, uno que otro beso inocente y desconocido se colaba por la comisura de mis labios. Por los costados, las drag queens sonreían picaras, esperando ansiosas la siguiente letra a doblar.
Incluso cuando dejábamos el reggaetón en off para disfrutar de los hoyos retro, dábamos vueltas incesantes en la pista cada que sonaba “Bizarre Love Triangle”. Y ya que había derramado la mitad de mi pulque, sabía que era hora de pedir a Bowie. Luego la mañana ensombrecería la fiesta y si tenía suerte, terminaría en un cuarto de hotel desempeñando mis talentos ocultos frente a un after mucho menos concurrido pero millones de veces más vistoso.
‘Antro’ es nostalgia
La nostalgia nos pegó duro. Las noches se han hecho más largas y los fines de semana ya no son una ansiedad anhelada. Entro al Zoom y ahí están mis amigos, reducidos a un cuadrito en la esquina de un computador. Me sonríen y sostienen su trago bien alto para brindar a la distancia. Sus caras se congelan por un segundo en un ángulo nada favorecedor y por un instante recuerdo que en realidad estoy en un cuarto solo.
Entonces, mi novio y yo tomamos posesión de la sala y preparamos tragos exóticos que vimos en Internet mientras tocamos la música que nunca ponen en los antros. “Holiday in Cambodia” de los Dead Kennedys suena con todo en nuestras bocinas y chocamos nuestros cuerpos en un improvisado slam que siempre termina con ambos exhaustos en el sillón y rogando por llegar de una vez a la cama.
Todo esto está bien, sobrevivimos y funciona para adormilar la zozobra, pero falta algo. ¿Dónde quedó la sorpresa, el misterio, el azar acechándonos en cada esquina?
El problema es que en la nueva normalidad tenemos el control de todo. Qué música tocamos, lo que bebemos, incluso enmarcamos nuestros rostros para permitir mostrar solo lo que buscamos enseñar. La vida nocturna no se trata de eso. La noche es peligrosa, inesperada, llena de súbitas sorpresas que nos recuerdan la inevitabilidad de nuestra existencia, de cómo somos pequeños peces sobre un huracán de mareas que no podemos gobernar.
No hay soluciones fáciles ni futuros claros. Los antros seguirán vedados para quienes quieran evitar el contagio, al menos hasta que termine el año. 2020 ya nos robó muchos sueños, pero aún tenemos esperanzas. Muchos todavía nos permitimos fantasear con un futuro de luces neón y música estruendosa que nos libere un poquito el alma los fines de semana. Esperamos llegar a una realidad en donde los antros sean una opción. Así como dice Bad Bunny, si Dios lo permite.
¿Qué otras cosas extrañas de salir de antro mientras sobrevivimos la pandemia?
Con información de The Guardian