viernes, abril 19, 2024

Gloria Anzaldúa, poeta y referente del lesbianismo chicano

Lesbiana, feminista, chicana, activista, poeta y autora de Borderlands/La frontera: la nueva mestiza, ella fue Gloria Anzaldúa.

En los límites, allí se encuentra la memoria de Gloria Evangelina Anzaldúa (Texas, 26 de septiembre de 1942 – California, 15 de mayo de 2004) como una autora lesbiana que marcó la vida de chicas que la descubrimos entre las letras de Yásnaya Aguilar (Lo lingüístico es político) o las investigaciones y la obra de Audre Lorde o Cherríe Moraga.

El legado de Gloria Anzaldúa respeta su propio caminar. No creía en los espacios cerrados, tampoco en la rigidez de las raíces. Los senderos eran su cartografía favorita. Quizá se debe a que, a través de ellos, nos enseñó a caminar a muchas. Nació y murió en Estados Unidos, pero sus libros siempre tuvieron la misma dedicatoria: «A todos los mexicanos de ambos lados de la frontera».

¿De qué hablaba Gloria Anzaldúa?

Desde su bienvenida al mundo hasta su entierro en Santa Cruz (Estados Unidos), Gloria tuvo a Coatlicue, Chiuatlyotl (Cihuacóatl) y Malitzin atravesadas en la mirada y el alma. Posiblemente, esta conexión con la divinidad la heredó de su abuela, quien fue curandera. No conocí a Gloria. Cuando murió a causa de la diabetes mellitus —semanas después de recibirse como doctora en la Universidad de California— yo apenas aprendía a escribir. Lo hice con algunos de sus poemas.

Aún la escucho con ese acento que provocaba cierta frustración a los traductores. Pero en sí, ¿cómo es que se traduce a una mujer como Gloria Anzaldúa? Eso es algo que sigo tratando de averiguar. La tengo presente en muchas otras mujeres que son intraducibles. Gloria no era hija de dominicanos, pero me gusta abrazarla a través de la poesía de Elizabeth Acevedo.

«El otro México»: Gloria Anzaldúa

A Gloria la arrullaron en una dicotomía que puso a soñar a quienes crecimos en las fronteras. Escribía sobre mestizaje, explotación y colonización mientras las grandes corporaciones nos saturaban con comerciales de la Big Mac y Coca-Cola. Por eso, cuando llegó a la edad adulta no tuvo interés en aprender la historia que se nos da en los colegios.

A Gloria —como a mí— siempre le gustó desobedecer. Supongo que desarrollamos ese gesto cuando se camina por territorios que no son del todo cómodos. Para ella, el concepto de ‘autohistoria’ partió de todo excepto de un interés académico. Quiso hablar de la herida abierta que prevalece entre los caudales del Río Bravo. Y lo hizo a través de la música de Los Tigres del Norte y el cine de Ismael Rodríguez.

Antes de Sayak Valencia, aprendí sobre las maquilas a través del recuento que hace Gloria sobre las sequías. Desde entonces empecé a ser consciente de que eso también es la frontera: un espacio en el que empiezan o terminan los derechos. CONOCE A SAYAK VALENCIA, ACTIVISTA LESBIANA Y TRANSFEMINISTA.

Su capacidad para deambular entre los rincones de Aztlán («el otro México», decía) le otorgó varios reconocimientos. Gloria Anzaldúa fue una de las pocas escritoras lesbianas que ganó los premios Before Columbus Foundation American Book Award, The Lambda Lesbian Small Book Press Award y National Endowment of the Arts Fiction Award.

Nunca confió en el separatismo. Creía que el mundo ya estaba demasiado divido. Esa es una de las razones por las que muchas académicas la han querido tomar como una autora olvidada dentro de la teoría queer.

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La obra de Gloria Anzaldúa es referente para los estudios queer. / Foto: Amy Poehler’s Smart Girls

Su poesía, un acercamiento a su entorno familiar

Gloria Anzaldúa era lesbiana. Los recuerdos de su madre fueron algunos de los renglones mudos de las chicanas que, como Gloria, crecieron con la amenaza «de no hacer notar que eran diferentes». Muchas chicas, hijas de mexicanos, pasaron su infancia cuidándose del sol (pues siempre se les dijo que «no se fueran a poner prietas») y refugiándose en cómics que podían comprar a 25 centavos.

A Gloria se le derribó el mundo cuando a su padre «se le reventó la aorta» y quedó en el pavimento. Con ello «perdió la inocencia», escribe en “La Prieta”. Pero también fue una etapa en la que pudo reconciliarse con su madre. Sin embargo, su vínculo siempre estuvo entorpecido por el dolor que Gloria sentía al ser obligada a cumplir con una feminidad impuesta. Aunque le fue difícil, no culpa a su madre, pues la tuvo a los 16 años.

Gloria Anzaldúa era lesbiana y sus hermanos lo sabían. A diario, le recordaban que «lo machona» no la hacía «una buena chicana». Ella amaba a las mujeres, incluso a la abuela de ojos azules que lamentaba que fuera «tan morena». Usaba botas, pantalones holgados y no les temía a las serpientes. No quería casarse.

De Gloria para todas

En la escuela, a Gloria Anzaldúa le dijeron «tortillera», pero no por ser lesbiana. Junto a sus amigos, le gustaba comer papas con chorizo durante los breaks. El racismo se aprende. Y eso lo tuvo claro cuando los hijos de quienes reclamaban «América para los americanos» se burlaban de ella por no llevar un sándwich.

Aun así, nunca dejó de escribir para nosotras: las fronterizas, ‘machonas’, racializadas, lesbianas y desobedientes. A Gloria Anzaldúa siempre la acompañaron mujeres que creyeron que ser lesbiana era reivindicarse como las diosas que esbozaron en su poesía. Eso es algo que me hubiera gustado preguntarle en vida: Querida Gloria, ¿cómo podemos pensar el lesbianismo chicano a través de tu canto junto a Cherríe Moraga y Tirsa Quiñones?

¿Ya conocías a Gloria Anzaldúa, activista, poeta lesbiana y referente del feminismo chicano?

Ana Flores
Ana Flores
she/her/they/ellæ. Escribo sobre diversidad sexual, justicia reproductiva y movimientos sociales.

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