viernes, abril 26, 2024

Una banda de chicas: mujeres diversas también hacemos música

El 15 de octubre de 2021, el documental Una banda de chicas llegó a la cartelera de la Cineteca Nacional. Te compartimos la charla que tuvimos con Marilina Giménez, exintegrante de Yilet, mujer poderosa y lesbiana que está detrás de este proyecto cinematográfico.

Dirigida por Marilina Giménez y musicalizada por exponentes feministas de América Latina, Una banda de chicas tenía planeado aterrizar en las salas de cine de nuestro país desde 2020. Sin embargo, la pandemia por COVID-19 ocasionó el retraso de algunos estrenos.

Para celebrar que nuestro país se convirtió en epicentro de uno de los proyectos más prometedores en la escena feminista y musical de Latinoamérica Homosensual platicó con Marilina Giménez, quien habita el mundo como una mujer lesbiana.

Bajo un formato de documental, esta producción lograda gracias al trabajo de Lucía Cavallotti, Florencia Jaworowski y Julia Straface recupera el potencial disruptivo de bandas como She Devils, Kumbia Queers, Ibiza Pareo, Las Kellies y Kobra Kei. Para mostrar la complicidad entre morras, Marilina Giménez también les siguió la pista a proyectos de solistas como Miss Bolivia, Romina Bernardo (aka Chocolate Remix) y Sasha Sathya.

¿Cómo y por qué surgió este documental?

El recorrido de Una banda de chicas es mucho más extenso de lo que indica su ficha técnica. Se estrenó a finales de noviembre en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 2018 y, un par de meses después, formó parte del Festival Internacional de Cine de Rotterdam (del 23 de enero al 3 de febrero de 2019).

Sin embargo, la idea estuvo presente desde que Marilina aceptó la invitación de Marina La Grasta (voz y teclado) para que se uniera como baterista a Yilet. Tras la producción de Mensagem (2009) y la bienvenida de Ani Castoldi como baterista, Yilet se «convirtió en una rebanda».

Al igual que sus compañeras, Marilina sabía que el trío merecía tocar en los mejores venues de las provincias argentinas. Tan pronto empezaron a comunicarse con los taquilleros y encargados de booking, los deseos de hacer retumbar los escenarios con una propuesta híbrida entre el estilo de Rosario Bléfari y una mística propia se enfrentaron a condiciones estructurales.

Las integrantes de Yilet atravesaron por una situación que está presente en la trayectoria de las músicas latinoamericanas. Era muy complicado que les dieran un show individual. «Llegué a preguntarme si las bandas de chicas eran un género. Se nos juntaba a todas», relata Giménez en entrevista con Homosensual.

Además de la dificultad para acceder a espacios que contaran con las condiciones técnicas propicias, las guitarristas, vocalistas, bateristas, vocalistas y tecladistas se dieron cuenta de que «eran un montón y no sonaban en la radio».

De la intuición a una experiencia compartida

A la fecha, no muchas pueden vivir de la música. Tienen otros empleos. De cara a la primera década de los años 2000, Marilina era una de ellas. Cursó la carrera de Diseño de Imagen y Sonido. Desde pequeña tuvo presente que necesitaba de una «cosa creativa». Cuando salió de la universidad empezó a trabajar en MTV.

A la par de su trabajo como sonidista en el programa MTV Week buscaba videos de toquines de chicas. «No había material», denuncia. A pesar de estar en uno de los canales con más alcance en la industria de la música, Marilina no solía escuchar del trabajo de mujeres y disidencias sexogenéricas. No era una cuestión individual. En otras provincias de Argentina y esquinas de otros países del mundo «estaban dentro, pero no sentían que estaban dentro» de la escena musical.

Se enfrentaban a la brecha salarial, el mansplaining, la hostilidad al salir solas de noche con los instrumentos y los tratos y comentarios de personas que «no eran tan copadas». Las mujeres ruidosas disfrutaban de The Runaways y otros casos que se quisieron plantear desde la excepcionalidad. Pero su demanda era la misma: querían hacer su propio estruendo. «Fue ahí en donde intuí que había algo de qué hablar», recuerda Marilina Giménez 11 años después de que empezó a maquetar el proyecto.

Porque sí: las mujeres heterosexuales y diversas queremos ocuparlo todo. Esa es la apuesta: que nuestra experiencia personal como compositoras, productoras, instrumentalistas, diseñadoras, ingenieras de sonido y periodistas musicales nos convierta en tejido, poesía, palabra, melodía, fuego e historia.

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Ella es Marilina Giménez, directora de Una banda de chicas. / Foto: Cinemaissí

La música no es heterosexual

El valor sociocultural de Una banda de chicas no recae únicamente en el vaivén entre los matices del synth pop, punk y reggaetón. A lo largo de 83 minutos, el documental nos lleva de la mano entre los deseos de una comunidad de mujeres diversas que toman los escenarios bajo un mismo objetivo: despatriarcalizar y desheterosexualizar la escena musical.

La complicidad entre morras cis, trans, queer y lenchas encendió el fuego en sentido literal y figurado. Algunas de ellas se reunieron en Buenos Aires para cantar en pro del aborto legal, seguro y gratuito. Otras se rebelaron contra los roles de género y unas más —como Chocolate Remix— tomaron el micrófono para cantar sobre el placer sexual entre mujeres.

Una banda de chicas es ambas cosas: el fósforo y la ceniza. Surgió del malestar histórico, se entrelazó a la genealogía por el derecho a decidir y respondió a una de las mayores consignas latinoamericanas: «Ni una menos». «La efervescencia de todos los feminismos», reflexiona la directora de cine casi un año después de que las pibas se dieron cita fuera del Senado para recibir los 38 votos a favor de las maternidades y crianzas elegidas.

«Por eso siento que el documental partió de un contexto de fuerza. Ahora lo veo y es algo que se está actualizando. De ahí que cada vez tenga más valor. Da más esperanza. Y eso es lo importante para mí: la posibilidad de unión».

¿Por qué ver Una banda de chicas?

El trabajo de Marilina Giménez es una mirada al iceberg de la Ley de Cupo Femenino (también conocida como Ley Mercedes Sosa) en el sector musical. Las vías de resistencia son tan —o hasta más— amplias que los motivos que nos hacen ser ruidosas. Mientras “Tuya” de Ibiza Pareo es un recordatorio de que no somos «ni del Estado, ni del marido, ni del patrón», las escenas de Kumbia Queers son una muestra de las dinámicas de las familias diversas.

A muchas de nosotras nos sigue costando trabajo imaginar las fracturas que pueden ocasionar nuestros relatos. Pero seguimos siendo un volcán a punto de estallar. Quienes hacemos cine, música, arte o periodismo desde una mirada antipatriarcal y sexodisidente tenemos claro que las experiencias en común convocan a la reflexión, diversión y autorreconocimiento.

Al escuchar “Se Quema” (Miss Bolivia), “Matrixland” (Las Kellies), “Aka lesbiana serpienta” (Sasha Sathya) y “Te Dije Que No” (Chocolate Remix) empezamos a entender una de las premisas de Marilina Giménez en Una banda de chicas:

«Si la industria de la música está pensada y desarrollada desde ese lugar [capitalismo hetero-patriarcal], es momento de que la destruyamos».

¿Ya viste Una banda de chicas, documental dirigido por Marilina Giménez?

Ana Flores
Ana Flores
she/her/they/ellæ. Escribo sobre diversidad sexual, justicia reproductiva y movimientos sociales.

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