lunes, octubre 7, 2024

“No iré, lo siento mucho”: W. E. Fermoso (México)

El cuento “No iré, lo siento mucho” es uno de los finalistas del Concurso de cuentos LGBTQ+ en tiempos de pandemia por coronavirus, convocado por Homosensual.

«No iré, lo siento mucho». 

Mientras miro la última respuesta que enviaste en la pantalla, lo único en lo que pienso es en rendirme contigo. 

Tomo mi vaso y me acuesto en el sofá cama que había preparado con la esperanza de que llegarías a venir. Tomo la almohada que compré para ti, me recuesto, miro al techo y pienso en todo lo que hemos pasado. Recuerdo cada detalle con tanta frescura como si hubiese sido solo ayer cuando hicimos lo que hemos hecho. 

Recuerdo el primer regalo que me diste, ese pez de nombre ‘Frank’ que aún conservo gordo, limpio y feliz. También recuerdo cuando me diste el girasol que se encuentra en su maceta junto a mi ventana volteando hacia el sol del amanecer que recién comienza. 

Los interminables abrazos que me has dado y que en público no finges, porque soy tu mejor amigo y, al fin de cuentas, eso es lo que hacen los amigos. Se abrazan, se toman la mano en el saludo por largos segundos, se miran a los ojos con deseo, pero aparentando que no lo sienten y, por último, cuando están solos, se besan y vacían todo ese deseo sobre una cama, un sofá o una camioneta… o al menos es lo que hacemos nosotros. 

Recuerdo también el día en que, cenando en casa de tus padres te dije «mi amor» por error. Nadie se alteró más que tú, jurándoles a tus padres que era una broma de mal gusto entre amigos y que creías que deberíamos parar. Tu madre nos miraba, sospechando. Tu padre lo supo en ese momento. Nadie dijo nada. El silencio reino la sala y seguiste en tu mundo, creyendo que nadie tenía idea del amor que nos tenemos. 

La interminable historia de nosotros dos es así. Un día me dices que me amas y que darías todo en el mundo por mí; al siguiente, es todo lo contrario: me dices que soy la maldición de tu vida, que no debimos enamorarnos y que te arrepientes de lo que pasó aquel lunes 26 cuando nos quedamos solos en tu casa, encerrados por la lluvia.

Ese glorioso día en el que nos dimos cuenta de que debíamos dejar de fingir. Acordamos algo. Me fui. Cumplí con mi parte. Les conté a mis padres. Dos días después mi padre se largó con otra familia echándome la culpa, dejando a mi madre sola a cargo de un hijo que apenas y podía ver. 

Tú no cumpliste. Dijiste que tenías miedo y que no estabas preparado. Necesitabas tiempo. Sigues necesitando tiempo. No sabes por dónde comenzar. No sabes siquiera si les dirás o no. Lo entiendo, me callo, te perdono y seguimos. 

Hay días buenos, días malos. Te di un ultimátum: «¿Qué prefieres? ¿Ser feliz tú o que sea feliz tu sociedad?». Me respondiste que no querías que te corrieran de tu casa. Te respondí rentando un departamento por cualquier cosa. Tú solo te ríes y dices que no debí haber hecho eso. Quieres dar el paso, pero no lo haces. Tienes mi apoyo, pero no lo tomas. 

Siempre vienes a mi departamento. Le dices a tus padres que vendrás a ‘estudiar’, pero lo único que hacemos realmente es besarnos como desquiciados a falta del tiempo que tanto nos hace falta y el hecho de que jamás hubieras aceptado besarme así en público. 

Hoy, después de mandarte ese mensaje, desesperado por el encierro que causó esta maldita enfermedad (encierro que nos impide vernos), te pedí que vinieras a pasar la cuarentena conmigo. Se hubiera hecho más llevadera para ambos, pero nuevamente, no quisiste. 

Me doy cuenta de que no quiero seguir escondiendo lo que siento. No quiero seguir en el abismo cuando quiero ver el arcoíris. 

Tomo mi teléfono, comienzo a escribirte. 

«Sé que probablemente al leer esto te afecte, pero…». 

Toc, toc, toc. 

Alguien llama a la puerta. Mi corazón vuela al pensar que eres tú. Me levanto lo más rápido que puedo y abro. Es mi vecina. 

–Hola, hijito. Quise traerte estos cubrebocas por si piensas salir a la calle a comprar cosas. 

Sonrío. Le agradezco con un cálido abrazo y nos despedimos. Cierro y regreso a escribir el texto. 

«… pero creo que ya no podemos estar juntos. Siempre he respetado tu decisión de no decirles a tus padres quién eres, pero quiero ser feliz a tu lado, sin escondernos. Veo que tú no quieres lo mismo y perdón, pero yo no puedo seguir». 

Antes de pulsar la tecla de ‘enviar’ llaman a la puerta otra vez. 

Toc, toc, toc. 

Me levanto, me limpio las lágrimas, camino para abrir y ver qué ha olvidado mi dulce vecina. 

Abro la puerta… y ahí estás tú. Con tu camisa a cuadros, tus clásicos jeans rotos y las botas que tanto amo que te pongas. 

Ahí estás, parado, sudado y con una maleta medio abierta, claramente hecha al aventón. Sonríes. Sonrío. 

—¿Qué haces…?

Me callas con un beso. Te separas. Hablas. 

–Ya era hora de que se enteraran. 

–¿De qué? 

–De que te amo. 

La puerta se cierra a tus espaldas. 

Mi corazón se abre de nuevo. 

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*Homosensual se pondrá en contacto con los finalistas por correo electrónico en el transcurso del mes de mayo.

**Este cuento formará parte de la compilación digital Cuentos LGBTQ+ en tiempos de pandemia por coronavirus, que estará disponible para descargar gratuitamente a mediados de mayo de 2020.

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